Sugerencias para la homilía del Bautismo del Señor



Corrientes (AICA): El arzobispo emérito de Corrientes, Mons. Domingo Salvador Castagna, continúa con la misión que se impuso de proponer o sugerir a los sacerdotes ideas para sus homilías dominicales. Hoy lo hace con el evangelio de San Mateo en el pasaje donde el evangelista narra el episodio del Bautismo de Jesús a orillas del río Jordán. “Los Padres de la Iglesia -dice Mons. Castagna- y eminentes teólogos de todos los tiempos, han abordado este diminuto y escondido acontecimiento del inicio de la vida pública de Jesús”.

El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, continúa con la misión que se impuso de prponer o sugerir a los sacerdotes ideas para sus homilías dominicales. Hoy lo hace con el evangelio de San Mateo en el pasaje donde el evangelista narra el episodio del Bautismo de Jesús a orillas del río Jordán. “Los Padres de la Iglesia -dice monseñor Castagna- y eminentes teólogos de todos los tiempos, han abordado este diminuto y escondido acontecimiento del inicio de la vida pública de Jesús”.

A continuación el texto completo de las sugerencias homiléticas de monseñor Castagna para el domingo del Bautismo del Señor.


“Es mi Hijo muy querido”.

Quienes tuvimos la gracia de conocer el río Jordán y acariciar las aguas donde se sumergió Jesús para ser bautizado por Juan, no salimos de nuestro estupor. Para quienes presenciaron la escena Jesús era un penitente más, tocado por la vibrante predicación de su austero Precursor. Juan comprende, sin prestar a discusión lo que ve y escucha, por ello se somete a la decisión firme de su joven pariente: “Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo…” (Mateo 3, 15). Con profunda humildad Juan acompaña a Jesús, como a los demás penitentes, en su inmersión en las aguas transparentes del Jordán. El Cielo no se demora, al contrario, es aquella la coyuntura esperada para un momento de anticipada revelación: “Apenas fue bautizado, Jesús salió del agua. En ese momento se abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como una paloma y dirigirse hacia él. Y se oyó una voz del cielo que decía: ‘Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección’” (Mateo 3, 16-17). Los Padres de la Iglesia, y eminentes teólogos de todos los tiempos, han abordado este diminuto y escondido acontecimiento del inicio de la vida pública de Jesús.


Se mezcla con los pecadores

¿Qué nos dice hoy? Para revelar su actual significado, será preciso echar un vistazo a nuestro mundo, su actual destinatario. Jesús, y en su seguimiento grandes personajes de la historia, ha puesto signos inequívocos de la presencia de Dios sobre caminos pedregosos, transitados por desorientados caminantes. Su aparición en la historia inaugura un comportamiento que nos deja atónitos: se mezcla con los penitentes, manda a Juan, más sorprendido que nosotros, que lo bautice. Hoy, ya sabido que es el Hijo de Dios, nos hallamos en condiciones ideales para valorar el gesto de amor de Dios Padre que nos espera pacientemente y nos abraza con ternura. El Apóstol y evangelista Juan lo capta de inmediato y lo expresa de esta manera: “Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna” (Juan 3, 16). Las palabras del Padre, en esas circunstancias, confirman la enseñanza de Jesús, insistentemente referida a la paternidad de Dios. Llega a tal grado su filial devoción que Felipe le dirige una demanda inusual: “Felipe le dijo: ‘Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta’. Jesús le respondió: ‘Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre” (Juan 14, 8-9). Cristo es “la imagen visible de Dios invisible”. Viéndolo, ahora con los ojos de la fe, vemos a Dios. Él es Dios que se deja ver por los hombres y les acerca la ternura de su amor y el don de su perdón. Lo importante es ser notificado de esta impresionante realidad.


No hay otra forma de eliminar el mal.

La Buena Nueva es fuente de nuestras esperanzas y alegrías. Si a todos nos llegara -somos todos sus destinatarios- alcanzaríamos el auténtico bienestar y la paz. Pero no es así. El mundo anda como anda, por falta de acatamiento al acontecimiento que esa Buena Nueva le anuncia. ¿Está mal difundida? El veneno (el pecado), que debe eliminar, ¿es tan poderoso? Lo es, pero la gracia de Cristo es infinitamente más fuerte. Cristo ha vencido el pecado y la muerte. Lo reconocemos y celebramos en la Eucaristía. A partir de ese anuncio y celebración se nos otorga la posibilidad de adherirnos a Él. Entonces el pecado y la muerte son vencidos en nuestras vidas. No existe otra forma histórica para eliminar el mal que atenta continuamente contra la convivencia y el logro de la paz. Lo que ocurre a diario suscita sentimientos de preocupación y angustia. La presencia de Cristo resucitado garantiza que el pecado y sus consecuencias trágicas sean definitivamente eliminados. Nos hallamos tan entretenidos en los vacíos existenciales producidos por el mundo que otorgamos poca importancia a este camino abierto por Dios para nuestro retorno a la Verdad y al bien que, no obstante, anhelamos.


Éste es el Señor y Salvador.

No está todo perdido. Mucha gente y ¡muchos jóvenes! están abrigando en sus corazones y en sus mentes un mundo distinto. Hartos de ideología les atrae Jesús, su vida, la posibilidad que ofrece a todos de corregir errores y restablecer la libertad en opciones espirituales y sociales de nueva envergadura. Para ello es preciso no debilitar la prédica en estereotipos religiosos, vaciados de su contenido evangélico. Es labor de santos. La insistencia del beato Juan Pablo II en señalar la vocación universal de la Iglesia a la santidad, corresponde a la misión necesaria de anunciar y celebrar a Cristo en medio de la violencia y la depresión moral de nuestra sociedad. Las palabras del Padre, al emerger Jesús de las aguas del Jordán, constituyen el modelo del anuncio profético que los cristianos debemos al mundo: “Éste es el Señor, el Hijo muy amado, en quien el Padre deposita su crédito como Salvador”.+



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