Mons. Castagna: “Adviento, una ocasión providencial para renovar la fe”

Mons. Castagna: “Adviento, una ocasión providencial para renovar la fe”

Corrientes (AICA): El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, destacó en su sugerencia para la homilía dominical que “el Adviento, como todo tiempo fuerte dedicado a la preparación de las grandes celebraciones cristianas, es una ocasión providencial para renovar la fe”. El prelado recordó que “la Iglesia nos ofrece la Palabra, que promueve y hace posible la auténtica conversión, en una liturgia cuidadosamente celebrada” y consideró importante que quienes tienen a su cargo el servicio ministerial la presidan y la traduzcan en “un culto accesible a todos”.
“El Adviento, como todo tiempo fuerte dedicado a la preparación de las grandes celebraciones cristianas, es una ocasión providencial para renovar la fe. Para ello, la Iglesia nos ofrece la Palabra, que promueve y hace posible la auténtica conversión, en una Liturgia cuidadosamente celebrada”, destacó el arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, en su sugerencia para la homilía dominical.

“Es importante, especialmente para quienes - por su función ministerial - deben presidirla y traducirla en un culto accesible a todos. Los creyentes, quienes necesitan llevar a la práctica la fe, tienen derecho a la Palabra predicada por sus obispos, presbíteros y diáconos, como también a la celebración de los sacramentos”, recordó.

El prelado aseguró que “así, por el cauce de un camino penitencial sostenido, se llega a la Eucaristía de la que, como enseñaba San Juan Pablo II, la Iglesia vive (‘Ecclesia de Eucharistia’)” y exclamó: “¡Qué distante está esta enseñanza, de la tediosa celebración y del contenido desvaído de ciertas predicaciones y catequesis!”

“El fervor de los santos predicadores y catequistas brota de corazones fieles y humildes. Es allí donde Dios actúa otorgando a la enseñanza de sus auténticos testigos - los santos - el poder de convicción que requiere el ejercicio del ministerio encomendado. El trato personal y afectivo con Dios prepara, a quienes son enviados, para que la palabra humilde, hasta pobre, actúe eficazmente en los corazones más endurecidos”, sostuvo.

Texto de la sugerencia

1.- Los elegidos son quienes responden al amor de Dios. La selección de unos y el rechazo de otros no depende del buen o mal humor de Dios. Es absurdo pensarlo. El texto con que iniciamos el tiempo de Adviento debe ser leído como un mensaje de sólida integridad. Los elegidos son quienes responden al amor de Dios, con pronta e inmediata expresión filial. Por lo mismo, depende de los hombres recibir el premio de la selección divina o el castigo de la sanción merecida. Nadie se pierde o se salva contra su voluntad. Dios, la verdadera recompensa de nuestro bien obrar, concede su amistad y su gracia a quienes consienten - por la fidelidad a sus mandamientos - en ser sus felices hijos. En este marco de reflexión debemos entender este difícil texto de San Mateo. Es oportuno citarlo y dejarnos orientar por él: “Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada”. “Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá el Señor”. “Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada”. (Mateo 24, 39-44)

2.- Adviento, ocasión para renovar la fe. El Adviento, como todo tiempo fuerte dedicado a la preparación de las grandes celebraciones cristianas, es una ocasión providencial para renovar la fe. Para ello, la Iglesia nos ofrece la Palabra, que promueve y hace posible la auténtica conversión, en una Liturgia cuidadosamente celebrada. Es importante, especialmente para quienes - por su función ministerial - deben presidirla y traducirla en un culto accesible a todos. Los creyentes, quienes necesitan llevar a la práctica la fe, tienen derecho a la Palabra predicada por sus obispos, presbíteros y diáconos, como también a la celebración de los sacramentos. Así, por el cauce de un camino penitencial sostenido, se llega a la Eucaristía de la que, como enseñaba San Juan Pablo II, la Iglesia vive (“Ecclesia de Eucharistia”). ¡Qué distante está esta enseñanza, de la tediosa celebración y del contenido desvaído de ciertas predicaciones y catequesis! El fervor de los santos predicadores y catequistas brota de corazones fieles y humildes. Es allí donde Dios actúa otorgando a la enseñanza de sus auténticos testigos - los santos - el poder de convicción que requiere el ejercicio del ministerio encomendado. El trato personal y afectivo con Dios prepara, a quienes son enviados, para que la palabra humilde, hasta pobre, actúe eficazmente en los corazones más endurecidos. Así lo entiende San Pablo: “En efecto, ya que el mundo, con su sabiduría, no reconoció a Dios en las obras que manifiestan su sabiduría, Dios quiso salvar a los que creen por la locura de la predicación”. (1 Corintios 1, 21)

3.- El valor del silencio y de la humildad. Atrae lo que brilla, llama la atención el estrépito ensordecedor. En el mundo de las apariencias pierde brillo lo oculto y es desoído y desechado lo que se expresa desde el silencio, con gestos de vida, que no gozan de espacio en el mercado de la publicidad. En los momentos más dramáticos de su vida - juicio injusto, flagelación, crucifixión y muerte - Jesús calla casi en absoluto. El frívolo Herodes se burla de aquel silencio. El mundo de la frivolidad se mofa brutalmente de quienes responden al agravio con la oración y el ofrecimiento del perdón. Lo hemos podido comprobar en algunas manifestaciones del “orgullo gay” y en sus grafitos blasfemos. Es preciso renovar el clima moral de nuestra sociedad con gestos de auténtica virtud. Para ello necesitamos el concurso directo de personas virtuosas, que no pretendan dirigir la vida de nadie, sino ser testigos, en base a un comportamiento nuevo, de la novedad del mensaje evangélico. “No pretender regir la vida de los otros” no incluye ocultar la verdad y aceptar, lo que se le opone, como su alternativa válida. Estamos hartos de que nos invadan tergiversaciones destructivas. ¿Cuándo abandonaremos la pretensión de inventar calificaciones que contradicen - o deforman - la realidad?

4.- La urgencia de testimoniar la fe. Se ha dicho que “la realidad es la verdad”. Dios es la realidad por excelencia y, por lo mismo, la absoluta Verdad. Es invisible a nuestros ojos, pero, se hace visible gracias a la Encarnación de su Hijo divino: Jesucristo. El llamado a la fe es perentorio, pautado por la urgencia del momento. Los verdaderos creyentes perciben la grave responsabilidad de comunicar a los demás su experiencia de Dios. No pueden dejar de hacerlo. Guardar para sí el contenido revelado de esa experiencia es mezquindad y hurto calificado. El mundo hermano tiene derecho al anuncio de la fe que se ha otorgado a los cristianos: “Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente” (Mateo 10, 8).+

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