Mons. Castagna: “La fuente de toda dignidad humana es el mismo Dios Creador”

Corrientes (AICA): “La fuente de toda dignidad humana es el mismo Dios Creador. El respeto a la misma tiene un origen indesplazable: el respeto a Dios. Dios merece nuestra obediencia y nuestro amor. Cuando transgredimos sus leyes y desatendemos su ofrecimiento de amistad, le negamos el derecho que le corresponde, hasta ultrajar su dignidad. De esa manera arriesgamos la custodia y respeto a nuestros auténticos derechos y sometemos la misma dignidad humana a graves ultrajes”, advirtió el arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna.
El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, afirmó que “estamos habituados a considerarnos ‘dueños de nosotros mismos’, prescindiendo del señorío amoroso del Padre Dios. Por ello nos empeñarnos en establecer nuestras propias normas y seguir nuestras inspiraciones, contraponiéndolas a las leyes divinas, y a las suaves y continuas inspiraciones de lo Alto”.

“La dignidad humana consiste en reproducir - en cada persona - la imagen de Dios. Es allí donde la colaboración del hombre con el Creador, mediante el ejercicio de su libertad, halla el verdadero cauce para definir la dignidad que lo acredita. La dignidad no se reclama, se transparenta en las relaciones con las otras personas y con el Universo visible”, subrayó en su sugerencia para la homilía dominical.

“A causa de los desajustes morales y éticos que afectan a la sociedad, se requiere un orden jurídico que proteja el derecho y la dignidad de las personas, como su reivindicación si han sido agraviadas”, alertó, y precisó: “Es allí donde los auténticos estadistas están obligados a ofrecer su aporte”.

“La fuente de toda dignidad humana es el mismo Dios Creador. El respeto a la misma tiene un origen indesplazable: el respeto a Dios. Dios merece nuestra obediencia y nuestro amor”, sostuvo.

“Cuando transgredimos sus leyes y desatendemos su ofrecimiento de amistad, le negamos el derecho que le corresponde, hasta ultrajar su dignidad. De esa manera arriesgamos la custodia y respeto a nuestros auténticos derechos y sometemos la misma dignidad humana a graves ultrajes”, advirtió.

Texto de la sugerencia

1.- No se puede servir a dos señores. Cuando pretendemos ser el absoluto - falso dios - de nosotros mismos, es cuando fracasamos irremediablemente. El dinero es lo más propio, el señor despótico que reclama toda la atención de quién lo posee. Cuando lo constituimos en amo de nuestra vida desplazamos de ella al Dios verdadero. Es entonces cuando se produce el desorden interior, causa del que luego se genera en lo exterior, haciendo que la convivencia social se vuelva imposible. No obstante, existe un reclamo generalizado de paz, radiografiado psicológicamente por San Agustín en sus “Confesiones”: “Mi corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Este Padre de la Iglesia ha recorrido los vericuetos de una existencia conflictiva, en búsqueda de la Verdad. La Verdad que él busca ansiosamente es Dios. Cuando lo encuentra en Cristo se serena y pacifica de tal modo que adquiere el don de transmitir la paz a otros, asediados por continuas y angustiosas confusiones espirituales e intelectuales.

2.- El respeto a Dios. Las recomendaciones de Jesús parecen imprudentes, a primera vista, acostumbrados, como estamos, a prevenirlo todo: “No se inquieten por su vida, pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir”. (Mateo 6, 25) Estamos habituados a considerarnos “dueños de nosotros mismos”, prescindiendo del señorío amoroso del Padre Dios. Por ello nos empeñarnos en establecer nuestras propias normas y seguir nuestras inspiraciones, contraponiéndolas a las leyes divinas, y a las suaves y continuas inspiraciones de lo Alto. La dignidad humana consiste en reproducir - en cada persona - la imagen de Dios. Es allí donde la colaboración del hombre con el Creador, mediante el ejercicio de su libertad, halla el verdadero cauce para definir la dignidad que lo acredita. La dignidad no se reclama, se transparenta en las relaciones con las otras personas y con el Universo visible. De todos modos, a causa de los desajustes morales y éticos que afectan a la sociedad, se requiere un orden jurídico que proteja el derecho y la dignidad de las personas, como su reivindicación si han sido agraviadas. Es allí donde los auténticos estadistas están obligados a ofrecer su aporte. La fuente de toda dignidad humana es el mismo Dios Creador. El respeto a la misma tiene un origen indesplazable: el respeto a Dios. Dios merece nuestra obediencia y nuestro amor. Cuando transgredimos sus leyes y desatendemos su ofrecimiento de amistad, le negamos el derecho que le corresponde, hasta ultrajar su dignidad. De esa manera arriesgamos la custodia y respeto a nuestros auténticos derechos y sometemos la misma dignidad humana a graves ultrajes.

3.- Dejemos a Dios ser Padre. Dios, que viste esplendorosamente los lirios del campo y alimenta las aves del cielo, cuida, con especial esmero, a los hombres. Dejemos a Dios ser Padre y sometámonos humildemente a su cuidado. Él nos ama como nadie puede amarnos. Para llegar a esa relación con Él, debemos desprendernos del prurito de reemplazarlo y redefinir correctamente la naturaleza de la sumisión que le debemos. La dignidad del ser humano radica en su condición de hijo y criatura de Dios. La resistencia incalificable a serlo, lo despoja de su verdadera grandeza y lo somete a todo tipo de vejaciones, mutuamente inferidas. Las relaciones agresivas, que llegan al homicidio, constituyen la consecuencia de la negación de la propia filiación con Dios y de la fraternidad con los demás seres humanos. El drama criminal causado por Caín, al asesinar a su hermano Abel, manifiesta la ausencia de los principios básicos de la convivencia humana: el sometimiento a la paternidad de Dios y el respeto a los derechos y dignidad de los semejantes. En el siglo pasado se produjeron dos guerras mundiales, destacadas por el nivel de desprecio de la vida y de la dignidad de las personas. Los de mi edad recordamos la acontecida entre los años 1939 y 1945. Las crónicas de aquellas luctuosas jornadas desbordan crueldad y salvajismo. Quedan, como silencioso tributo a la verdad histórica, los tenebrosos campos de concentración, con sus cámaras de gas, afortunadamente inactivas. Es doloroso, pero corresponde a la recuperación de la salud, entonces perdida, que se haga memoria y se erijan signos, que recuerden aquel incalificable genocidio.

4.- La búsqueda de Dios. El Divino Maestro sintetiza, con una frase muy expresiva, la enseñanza evangélica de este domingo: “Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura”. (Mateo 6, 33) Buscar el Reino es buscar a Dios. Hay formas diversas de buscarlo: a) de manera serena y sin sobresaltos, con la asistencia de una eficaz educación en la fe; b) dando tumbos y padeciendo la tribulación de quien, inevitablemente, comienza a inquietarse por el sentido de la vida y de la muerte, y se esfuerza por despertar a lo trascendente como a un mundo nuevo e insospechado. Es entonces cuando sus sentidos se agudizan para recibir la esperada noticia del Dios personal, Creador y Padre. Cristo es Dios que se revela en la naturaleza humana asumida, con un lenguaje comprensible a los hombres, y, por lo mismo, como Noticia y Notificador. Su presencia se vuelve más urgente ante la ignorancia y la indiferencia del mundo actual. Transcribo una oración de alguien que siente lo que sentimos: “Padre, todos mis semejantes son tus hijos, por cuyo perdón y salvación ofreció Jesús su vida en la Cruz. Al verlos morir sin un gesto visible de orientación a Ti, Padre amado, me estremezco, ¡Qué tristeza! De todos modos Tú tienes más interés de salvarlos que ellos de salvarse”.+

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