Mons. Santiago: Solo la vida se celebra, la muerte no

Mons. Santiago: Solo la vida se celebra, la muerte no

Haciéndose eco del desconcierto, la desilusión y la tristeza de muchos argentinos por la ley que se votó en la cámara de diputados de la nación que legaliza el horrible y despreciable crimen del aborto, y que además esa ley inicua se haya celebrado públicamente, el obispo de San Nicolás de los Arroyos, monseñor Hugo Norberto Santiago escribió a su comunidad diocesana y, por extensión a todos los argentinos, una carta en la que expresa que sólo la vida se celebra, la muerte no.

Seguidamente celebra que la mayoría de los argentinos defienden la vida desde su concepción. "En la votación del congreso de la nación quedó claro que sólo los diputados de la Capital Federal y la provincia de Buenos Aires, votaron mayoritariamente a favor de la ley del aborto, los diputados del interior del país, en cambio, votaron mayoritariamente en contra de esa ley".

Luego monseñor Santiago afirma que una de las razones por la que se votó esta ley se debe a "la pérdida del sentido de Dios y del sentido ético", y enseguida aclara que "la religión no es una cuestión de la conciencia de cada uno, como se ha oído decir, porque tiene una profunda incidencia en el estilo de vida de la persona, en las actitudes, en las instituciones y en la organización social" y muchos valores sociales que proclamamos, incluso políticamente, tienen su fuente en el cristianismo: la existencia de Dios “fuente de toda razón y justicia” que está en nuestra Constitución Nacional, es una expresión sintética que indica que la religión tiene que ver con el hecho de que en la Patria haya justicia, solidaridad, paz, fidelidad, verdad; que no se robe o no se mate. Éstos son valores que provienen de los mandamientos de Dios. Es más, en la justicia civil, una persona es declarada culpable o inocente, por la presencia o ausencia de valores como éstos, y en base a los cuales se construye una sociedad más humana, menos selvática".

Otra de las razones por la que se votó esta ley es porque se ha "desoído a la ciencia", y expone en un extenso párrafo las tan conocidas afirmaciones de la ciencia mundial sobre el ADN, el genoma y la carga genética, cuestiones todas que se desecharon al momento del voto.

Tras referirse a las consecuencias que deja el aborto en la madre que dejó matar a su hijo, el obispo de San Nicolás tiene palabras de esperanza porque "los pobres mayoritariamente aman la vida del niño por nacer y porque el aborto no es un problema de ellos, porque la vida es un milagro que da alegría".

"Cuando alguien muere -señala-, ni nos alegramos ni celebramos sino que 'hacemos un velorio', por eso, legalizar la muerte de personas inocentes nos desconcierta y nos da tristeza, nos da la sensación de extravío, de desorientación social".

"Por otra parte, el hecho de que la mayor parte del territorio de nuestra nación se haya expresado mayoritariamente por la convicción de que vale toda vida, nos da la certeza de que este valor natural es muy sentido en el corazón de los argentinos. Diría más, no hay que razonar tanto para darnos cuenta de que la vida da una alegría desbordante, basta mirar el rostro de un padre o una madre cuando les nace un niño. ¡Por eso se celebra el cumpleaños cada año! ¡Por eso nos reunimos en familia o con los amigos y celebramos un nuevo nacimiento!

"Esto nos da esperanza, mientras que la muerte entristece, la vida da alegría y por eso atrae más ayudar a nacer que matar. Por eso, a partir de ahora, nos comprometemos más a salvaguardar y acompañar la vida naciente, sobre todo en nuestros hermanos más vulnerables", concluyó.

Texto de la carta

Sólo la vida se celebra, la muerte no
Quisiera manifestar en primer lugar que, como obispo católico, respeto profundamente a quienes no piensan como nosotros, aunque disiento profundamente con ellos. Quiero sumarme a la propuesta de la Conferencia Episcopal Argentina, en la que nos propusimos no confrontar y no favorecer la confrontación, sino trabajar positivamente por la vida. “Vale toda vida”, fue el logo que expresó nuestra mentalidad. Esto no nos impide seguir compartiendo racionalmente nuestro modo de pensar, porque con la ley que se votó en diputados, hay muchos argentinos desconcertados, desilusionados, tristes, entre los que nos incluimos.

Hemos trabajado por la vida y lo seguiremos haciendo, por eso lo celebramos, porque sólo la vida se celebra, la muerte no. Felicitamos y celebramos que, territorialmente hablando, la Argentina defienda la vida desde su concepción, ya que en la votación del congreso de la nación, quedó claro que sólo los diputados de la Capital Federal y la provincia de Buenos Aires, votaron mayoritariamente a favor de la ley del aborto, los diputados del interior del país, en cambio, votaron mayoritariamente en contra de esa ley.

Felicitamos y celebramos que tantos diputados, conscientes del valor de toda vida, pidieron asesoramiento, elaboraron argumentos para tratar de convencer a sus interlocutores que una ley que manda matar es inhumana, y por eso irracional; felicitamos y celebramos por todos aquellos que expusieron sus argumentos a favor de la vida ante las comisiones que debían elaborar un dictamen. Reitero, respetamos a los que plantearon otras ideas, aunque disentimos profundamente.

¿Por qué puede votarse una ley que permite matar?

La pérdida del sentido de Dios y del sentido ético
Conviene aclarar que la religión no es una “cuestión de la consciencia de cada uno” –como se ha oído decir-, porque tiene una profunda incidencia en el estilo de vida de la persona, en las actitudes, en las instituciones y la organización social, por eso tiene que ver con la ley. No nos damos cuenta porque hemos nacido en una cultura cristiana –aunque estemos descristianizándonos y por eso deshumanizándonos-, pero muchos valores sociales que proclamamos, incluso políticamente, tienen su fuente en el cristianismo: la existencia de Dios “fuente de toda razón y justicia” que está en nuestra Constitución Nacional, es una expresión sintética que indica que la religión tiene que ver con el hecho de que en la Patria haya justicia, solidaridad, paz, fidelidad, verdad; que no se robe o no se mate. Éstos son valores que provienen de los mandamientos de Dios y de la persona de Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, nuestro Salvador. Es más, en la justicia civil, una persona es declarada culpable o inocente, por la presencia o ausencia de valores como éstos, y en base a los cuales se construye una sociedad más humana, menos selvática. Sin embargo, hay que reconocer honestamente que estamos descristianizándonos y por eso deshumanizándonos. La ley del aborto es un signo preocupante de ello.

En la carta de Pablo a los Romanos (cfr Rm 1,18-32), hay un silogismo perfecto que indica la mentalidad pagana del mundo que él misionó, como también la de aquel en el que lamentablemente vivimos hoy: “los hombres perdieron el sentido de Dios, al perder el sentido de Dios perdieron el sentido ético; al perder el sentido ético perdieron la capacidad de discernimiento del bien y del mal, y en el extremo del extravío terminaron llamando bien al mal y mal al bien”.

La pérdida de la capacidad de discernimiento, que lleva a llamar bien al mal y mal al bien, es el síntoma de que Dios, en determinadas circunstancias, no es tenido en cuenta como “fuente de toda razón y justicia”, entonces la persona pierde el sentido ético y con ello la capacidad de discernimiento de lo que está bien o está mal. Es como si un barco perdiese la brújula o el radar: no le queda otra que ir a la deriva.

La ley que se votó en diputados ha desoído a la ciencia
“Desde la genética podemos decir que en el óvulo recién fecundado tenemos la misma secuencia de ADN que tendrá ese ser humano adulto, que no es la misma que tiene la madre. Conviene prestar atención: el embrión tiene un nuevo ADN y sus secuencias –aun con algunas eventuales variaciones– se mantendrán al nacer y durante toda su vida. Aunque no sea preciso decir que posee exactamente y plenamente la misma “carga” genética, la finalidad del programa definido en el genoma del embrión es alcanzar el desarrollo del individuo adulto. De hecho, hay un dato indudable e indiscutible: el análisis genético del embrión permite conocer cada vez más sobre el futuro de la persona, aun sus posibles enfermedades. Por eso hoy se habla tanto de la revolución del “genoma humano”, ya que la ciencia puede leer la totalidad de la secuencia genética que un sujeto porta en su ADN mucho antes de su nacimiento. ¿Por qué los diagnósticos prenatales podrán ser cada vez más certeros? Porque el embrión contiene realmente esa información, más allá de que ese individuo todavía no haya desarrollado plenamente”

En otras palabras, está claro que desde la concepción, lo que se gesta en el vientre de una mujer, no es “un puñado de células desorganizado”, sino una persona humana con una identidad única. ¿Por qué la ley del aborto ha desoído este dato científico? Si para lograr revertir la mayoría de los votos que estaban en contra de la ley, un gobernador llama a sus diputados indecisos o contrarios a la ley pidiéndoles que voten a favor, y de esa manera se alcanza la mayoría que hace que la ley se apruebe, ¿No habrán interferido intereses personales o de grupo que primaron sobre el fundamental valor del derecho a la vida y sobre el bien común? ¿No habrá habido intercambio de favores?

La ley: de pedagoga para el bien a pedagoga para el mal
El tratamiento de una ley como la del aborto, pone en la vidriera este “consciente o inconsciente colectivo”, revelador de una crisis muy aguda de valores en nuestra sociedad. La ley, que solo es tal si es pedagoga para el bien, en este caso va a ser pedagoga para matar, por eso no puede obligar. La ley sólo obliga si es para el bien, por eso esperamos que no se avasalle la “objeción de conciencia” de un médico que se niega a realizar un aborto. De no ser así, sería obligarlo a matar a una persona inocente, que para colmo de males, no se puede defender. Estaríamos ante un totalitarismo del Estado que obliga a matar.

En nuestro extravío, con la ley del aborto tocamos algo sagrado: la vida. Nos hemos puesto a la altura de Dios, pero al revés, no para decidir y celebrar la vida, sino para decidir y celebrar la muerte. Una cultura de muerte puede avanzar en nuestra sociedad y esa es una muy mala noticia que, obviamente, no se puede celebrar. Ni los que votaron a favor de la ley, ni los que la promovieron, pueden celebrar de verdad, porque la muerte no se celebra, salvo que uno esté psicológicamente desequilibrado.

¿Cuáles serán las consecuencias de una ley del aborto?
Como Dios es Padre, cuando nos dice en sus mandamientos “no matar”, no lo está haciendo para imponernos una ley arbitraria, sino para decirnos: “hijo, no hagas eso porque es malo y vas a sufrir vos y harás sufrir a los demás”. El mal va acollarado con el sufrimiento y no se puede separar.

Dios es amor, por eso nos hizo libres y respeta nuestra libertad, en ese sentido, “permite” –aunque no lo quiere absolutamente-, que elijamos el mal, en este caso, matar a un inocente en el seno materno. Sin embargo, si elegimos matar, introducimos más sufrimiento en el mundo y eso no lo podemos elegir: mal y sufrimiento van íntimamente unidos y no se pueden separar. No puedo hacer el mal y alegrarme, salvo que esté extremadamente pervertido. Por lo tanto, podemos decir con certeza, que con la ley del aborto introduciremos más sufrimiento en nuestra nación.

Los sacerdotes, acompañando espiritualmente, llegamos a conocer profundamente la conciencia de las personas, lo que sienten, cuánto sufren, por qué se alegran. Por eso sabemos del sufrimiento de una mujer que ha abortado. La psicología femenina tiene memoria del corazón y con el paso del tiempo, mirando a otros niños, adolescentes o jóvenes, la madre va pensando cuantos años tendría, cuál sería el rostro del niño que abortó, y eso la lacera por dentro, no se perdona haber hecho lo que hizo. Los sacerdotes solemos insistir en que Dios la ha perdonado, pero el problema que vemos es que la persona no se perdona a sí misma. Esto le trae bajo ánimo, depresión, rabia consigo misma. El mal hace sufrir. Somos libres para elegir entre el bien y el mal, pero si elegimos el mal, preparémonos para sufrir, por haberle hecho mal a un inocente y porque es difícil perdonarnos a nosotros mismos los errores graves.

Nuestra esperanza. Los pobres, mayoritariamente aman la vida del niño por nacer
Que los pobres aman la vida y que el aborto no es un problema de ellos se puede deducir del auténtico y crudo testimonio de Lorena Fernández, residente en la Villa 31, en el debate que se llevó a cabo en las comisiones del congreso de la nación. Dijo Lorena: “Estoy cansada de que todas (las que promueven el aborto) se cuelguen de nosotras que somos pobres, humildes. Soy de la Villa 31, y muchas como yo pensamos que un aborto es matar. Todas tenemos más de un hijo; yo tengo cuatro. Tengo una hija de 13 años, su papá me pidió que aborte. Fui a una clínica y le dije a la doctora que no quería abortar; que ya había abortado a los 16 años, mis propios padres me lo pidieron”.

La vida: un milagro que da alegría
Cuando alguien muere, ni nos alegramos, ni celebramos, sino que “hacemos un velorio”, por eso, legalizar la muerte de personas inocentes nos desconcierta y nos da tristeza, nos da la sensación de extravío, de desorientación social.

Por otra parte, gracias a Dios y a su Hijo Jesucristo, señor de la historia, que nos acompaña, nos ilumina y nos da fuerza, el hecho de que la mayor parte del territorio de nuestra Nación se haya expresado mayoritariamente por la convicción de que vale toda vida, nos da la certeza de que este valor natural, como es lógico, es muy sentido en el corazón de los argentinos. Diría más, no hay que razonar tanto para darnos cuenta de que la vida da una alegría desbordante, basta mirar el rostro de un padre o una madre cuando les nace un niño. ¡Por eso se celebra nuestro cumpleaños cada año! ¡Por eso nos reunimos en familia o con los amigos y celebramos un nuevo nacimiento!

Esto, naturalmente hablando, nos da esperanza, mientras que la muerte entristece, la vida da alegría y por eso atrae más ayudar a nacer que matar. Por eso, a partir de ahora, nos comprometeremos más para salvaguardar y acompañar la vida naciente, sobre todo en nuestros hermanos más vulnerables. Por amor a la vida y para seguir celebrándola.

Hugo Norberto Santiago, Obispo de San Nicolás de los Arroyos.

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