Mons. Castagna: “Es el momento de intensificar la religiosidad”

Mons. Castagna: “Es el momento de intensificar la religiosidad”

Corrientes (AICA): “No es posible vivir en la mediocridad y convertir nuestra existencia en un pasatiempo sin sentido. Cuando vaciamos de valores nuestra historia - y de su referencia a Dios - mal usando nuestra libertad, descuidamos la urdimbre armoniosa de nuestros derechos y nos precipitamos hacia el caos y la infelicidad”, advirtió el arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna.
El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, consideró que es el momento de “intensificar la religiosidad mediante la profesión indisimulada de la fe en Cristo y en su Iglesia”.

Para ello, explicó, “el Señor se constituye en el Pan vivo, bajado del cielo, y multiplicado para alimentar nuestra fidelidad a Él y a lo que enseña para vivir legítimamente vida en el mundo. Es tan verdad que excluye todo relativismo o indiferencia, para hacerse objeto de la adhesión o del rechazo de quienes juegan la única instancia de sus vidas”.

“No es posible vivir en la mediocridad y convertir nuestra existencia en un pasatiempo sin sentido. Cuando vaciamos de valores nuestra historia - y de su referencia a Dios - mal usando nuestra libertad, descuidamos la urdimbre armoniosa de nuestros derechos y nos precipitamos hacia el caos y la infelicidad”, advirtió en su sugerencia para la homilía dominical.

“Lo que pasa en la Argentina es producto de no haber tomado en serio la vida personal y social. Lo hemos repetido hasta el hartazgo. No podemos culpar a nadie, y menos a Dios, de nuestros desatinos. La esencial solidaridad, que nos identifica entre nosotros y con el Universo, nos constituye a unos responsables de los otros”, sostuvo.

Texto de la sugerencia

1.- Quien lo escucha es al Padre a quien escucha. Cristo se declara “enviado del Padre” y portador de la Vida eterna. En el realismo asombroso de la asunción de nuestra carne y de nuestra sangre nos ofrece el rostro del Padre y se convierte en el Camino que conduce a la Verdad que vino a revelarnos de parte de Dios: “Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios: solo él ha visto al Padre”. (Juan 6, 46) Por ello quien lo escucha, escucha al Padre y recibe, a través suyo, la Vida eterna. Más aún, Él es la Vida, como también la Verdad. Así se lo ha manifestado a Marta, derramando lágrimas por la muerte de su amigo Lázaro. Cristo es el Hombre que llora con Marta y María, y es el Dios que resucita a Lázaro, declarando ser la Vida eterna para quienes creen en Él: “Yo soy el pan de Vida… Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente”. (Juan 6, 48-51) Todo ser humano, viviente o por nacer, está destinado por Dios a ser partícipe de la Vida eterna. Ni el crimen legalizado podrá desviar al hombre, por más embrionario que sea, de su destino de eternidad. Lo que se opone a la Vida eterna es el pecado, que causa una muerte irreparable. Provocar la muerte, como se pretende mediante la legalización del aborto, es renunciar a la propia vida. El aborto mata biológicamente a un inocente y causa la muerte eterna de quienes lo deciden y ejecutan.

2.- Huir de la cobardía de negarlo. La palabra de San Juan nos ofrece el conocimiento de Cristo. No lo conoceremos, como Verdad y Vida, si no lo amamos como aquel Apóstol lo amó. Debemos cuidarnos de todo tipo de exhibicionismo religioso y, al mismo tiempo, huir de la cobardía de negarlo cuando los cuestionamientos arrecian, como en la actualidad. Ocultar su diáfana enseñanza constituye una traición merecedora del castigo de que no nos reconozca ante su Padre: “Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo. Pero yo renegaré ante mi Padre que está en el cielo de aquel que reniegue de mí ante los hombres”. (Mateo 10, 32-33) Esconder tímidamente las enseñanzas de la Iglesia - del mismo Cristo - es negar a nuestros hermanos, creyentes e incrédulos, la Verdad que necesitan para su propia redención. Quienes desafortunadamente se encuentren - en el día del juicio final - entre los que se hayan situado a la izquierda del Juez justo, nos acusarán de irresponsables y cobardes. Por ello si negamos, a nuestros contemporáneos, la confesión de nuestra propia fe en Cristo, robamos lo que Dios les ofrece por medio nuestro. Durante el actual conflicto de verdes y celestes, se pusieron de manifiesto los auténticos testigos, como también numerosos cristianos vergonzantes.

3.- Es el Pan para alimentar nuestra fidelidad. Es el momento de intensificar nuestra religiosidad mediante la profesión indisimulada de nuestra fe en Cristo y en su Iglesia. Para ello, el mismo Señor, se constituye en el Pan vivo, bajado del cielo, y multiplicado para alimentar nuestra fidelidad a Él y a lo que nos enseña para vivir legítimamente nuestra vida en el mundo. Es tan verdad que excluye todo relativismo o indiferencia, para hacerse objeto de la adhesión o del rechazo de quienes juegan la única instancia de sus vidas. No es posible vivir en la mediocridad y convertir nuestra existencia en un pasatiempo sin sentido. Cuando vaciamos de valores nuestra historia - y de su referencia a Dios - mal usando nuestra libertad, descuidamos la urdimbre armoniosa de nuestros derechos y nos precipitamos hacia el caos y la infelicidad. Lo que pasa en la Argentina es producto de no haber tomado en serio la vida personal y social. Lo hemos repetido hasta el hartazgo. No podemos culpar a nadie, y menos a Dios, de nuestros desatinos. La esencial solidaridad, que nos identifica entre nosotros y con el Universo, nos constituye a unos responsables de los otros.

4.- La locura de la predicación. Volvamos al evangelista San Juan y aprendamos con él y de él. En el interior de la Iglesia, y en el mundo, necesitamos retomar nuestro sitio de discípulos del Maestro divino. Los cristianos debemos a nuestra sociedad ese testimonio discipular. Su descuido ha causado lo que estamos viviendo: la negación de Cristo y de su enseñanza, con el pretexto de un estilo desacertado e incómodo por parte de algunos pastores. El Señor no encomendó a los Ángeles el ministerio de la Palabra sino a hombres imperfectos y necesitados - ellos mismos - de la humilde conversión a la Palabra, que deben exponer al mundo por intermedio de la “locura” de la predicación: “En efecto, ya que el mundo, con su sabiduría, no reconoció a Dios en las obras que manifiestan su sabiduría, Dios quiso salvar a los que creen por la locura de la predicación”. (1 Corintios 1, 21) La urgencia de reevangelizar a los bautizados, y convertirlos en testigos de Jesucristo, cobra hoy particular exigencia en la Iglesia, para el bien de todos los pueblos.+

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